HORADANDO LA GRIETAS DEL ALMA A
PUNTA DE CUCHILLO
Hallarse en la caída de Inés
Ramón nos propone desde el título un corte profundo en nuestra sensibilidad, un
“caerse” que es encuentro poético consigo misma, hallazgo que ahonda sin piedad
en las grietas abiertas para “poder extraviarse”, hendiduras metafóricas,
oquedades sombrías que se acompañan de un alarido que parece ilustrar el cuadro
de Edward Munch al “fraguar la espuma, los presagios en la piel, /los ecos que
horadarán el grito” (XVI), vértigo que invita a una lectura morosa y reflexiva
de unos poemas destilados desde el paroxismo en la búsqueda de la palabra
exacta.
Grietas cuya importancia la
poeta recuerda en el epígrafe inicial de Roberto Juarroz y en el epílogo donde
propone “cultivar grietas en el muro trasero” de la casa, donde hallan cobijo
“hormigas, escarabajos y ciempiés” en cavernas húmedas escarbadas en la pared
en ruinas cubierta de una “frondosa hiedra de sombras” que hay que regar “cada
tarde en silencio”, son el leit-motiv de un libro escrito con una intensidad
inusual, sin concesiones a un lirismo autocomplaciente o al lamento acongojado
en primera persona. Versos hechos del riguroso y ascético despojamiento de todo
oropel adjetivado, asumidos como ejercicio de estilo, donde el filo del
cuchillo escarba en la conciencia, en “esa herida” que “hundirá sus pies/ en
las grietas/ solares” (XXIV), “grieta carnívora” que sabe que “toda grieta se
expresa en otra grieta”.
Inés Ramón es severa consigo
misma. Sabe que “una jauría” le “aguarda a la vuelta del recuerdo” (LXX) y que
hay que “escribir con sal en la espalda de los sueños que se acercan demasiado”
(XXXIV). No perdona ni se perdona al “sujetarse a una espera/ a punta de
cuchillo”, al identificar los signos, las huellas que “quedan tras el signo”,
palabra que apenas encubre el silencio “en cada grieta que abre el tajo”. Un
silencio que es esencial en Hallarse en la caída, un silencio donde —sin
embargo— habita “el sanguinario filo de la esperanza”.
Intensamente creativa,
original, poco dada al expansivo trasunto de emociones, la poesía de Inés Ramón
invita a prescindir de lo efímero para comprender “la embriaguez que produce lo
invisible”, tras haber arrojado “un pájaro envenenado contra el vuelo”. Se
trata, en definitiva, de “hundir la ferocidad/ en el mismo/ error/ que se creía
certeza”.
He leído varias veces los
setenta y un poemas de Hallarse en la caída y los de Un esqueleto cóncavo con
que completa el poemario, antes de sentir el “aliento irrespirable en la
hendidura” (LII) con que intenta “devorarse a si misma” (XXIII)y que ha
terminado por apoderarse de mi desconcertada lectura. He sentido yo también “la
sombra que avanza. clavando su aliento en tu espalda, para marcharse luego
arrastrando harapos, sin dejar rastro”. Y no he podido más que resignarme a
esta entrega.
En estos poemas —que me
atrevo a calificar de magníficos— hay herrumbre, musgo, humedad, un oxidarse de
la lluvia en las grietas, donde el único consuelo es lamer, porque “la
eternidad se lame las heridas./ Lame y relame/ lo que no” (XV), animal nocturno
que “lame, minucioso, los barrotes del vacío” (LVIII), “silencio emboscado
detrás de cada signo”, cuyo “gesto de asombro/ tratará de lamer las dos
orillas”. En estos poemas que al evocar otro clima recuerdan que “el páramo te
arena la mirada./ Te sedifica la voz/ te desnombra el tiempo”, hay una
elaborada creación, una inhabitual búsqueda de la perfección que “en ráfagas de
espinas te anestesia el grito,/ te invade huracanado las arterias”.
Oliete, 21 de mayo 2014
3 comentarios:
Qué ntensidad poética! Me será imposible evadir su lectura.
Gracias, desconocido! Abrazo
Magnífica obra y magnífica reseña...
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