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15/2/16

Presentación de "Anatemnein", por Francisco Caro

Densidad transitable


PRESENTACIÓN DE  ANATÉMNEIN de INÉS RAMÓN
Casa del Lector   22 de enero 2016  (Tigres de papel)



Conocí a Inés Ramón en Cuenca, en un encuentro poético llamado Poesía para Náufragos que convocan con voluntad y esfuerzo, pero sin plata, los poetas del Júcar. Fue un encuentro cariñoso y fugaz, al terminar mi lectura. Yo no pude estar en la suya, celebrada el día anterior. Pero recordaba su nombre de poeta, la poeta del reconocido olifante Hallarse en la caída, su libro anterior.  Hoy, apenas dos meses después, la presentación de Anatémnein nos une gracias a la edición de Tigres de Papel, esta joven editorial madrileña que tiene el raro vicio de publicar autores que tienen algo que decir, autores de sólida personalidad.

Porque éste es el caso de Inés, pocas veces he visto a alguien escribir desde una intención tan consolidada, desde un mirador vital tan hecho a su modo, desde una tensión lingüística tan bien trabada. Alguien muy cercano a mí ha dicho que en el territorio de la poesía lo significativo no es la nieve ni el camino, sino el trazado del camino en la nieve. En el bien entendido que es precisa la nieve, que es preciso caminar en ella, pero que lo que nos define en el andar poético, lo que nos singulariza es el modo en que andamos el camino en la nieve. Porque ese es el punto exacto de la bifurcación en el que el lenguaje deviene en  poesía abandonando el sendero de la literatura. Inés Ramón es paradigma. Ni una sola de sus palabras es requerida para la banalidad. Ni una sola de sus palabras deja de multiplicar sus significados. Las huellas con que marca el sendero revientan sus intenciones. Y están encadenadas las unas con las otras de tal manera que los huecos que entre ellas se establecen dicen tanto o más que ellas. Donde hubo una flor/ aún palpita/ su forma. (dice).

Anatémnein, su nuevo libro, que ella ha querido titular en griego, incluso en la grafía, no niega, sino que refuerza, la visión que de la poesía tiene Inés Ramón. Viene a dar un nuevo aldabonazo en ese compromiso con el decir enjuto, serio, horro de adjetivaciones, henchido de embarazos que tiene nuestra autora. Esta argentino-aragonesa de decir rotundo, limpio, sabe que la poesía se hace con palabras, con pisadas, con huellas, pero que la poesía no se haya en las palabras, en las pisadas, en las huellas. La casa de la poesía se hace con esas herramientas, con esos ladrillos, pero la poesía no está en ellos, sino en las relaciones, en las distancias que entre ellos dejamos. Son los espacios vacíos, los silencios, quienes forman las habitaciones, son las pausas, las alturas, las que dotan al edificio de ventanas, de armonía y dimensiones. De sentido.  Con las palabras es posible levantar la casa, pero es con los signos con los que se acota el aire, con los que se da forma al camino. El que nos conduce al borde del abismo donde la vida guarda las sensaciones. Y habitarlo (el abismo, digo). Es allí donde nuestra autora atiende, apoyada en sencillos barandales, donde escucha cuanto el silencio grita, donde espera la belleza de la nada. Es allí donde Inés escribe. Allí la poesía.

Se ha dicho de ella, de su obra, que respira silencio, el alma del silencio. Y yo, después de la lectura de Anatémnein  y de su anterior Hallarse en la caída, puedo estar de acuerdo con ello. No es una poesía discursiva, no es una poesía de lo explícito, no se detiene en la anécdota ni surge de la circunstancia, no aquilata abstracciones, no busca prolongaciones reflexivas ni tiende a la lección moral (a pesar de su aroma metafísico). Su poesía se aloja en los tuétanos de lo humano, en el lugar donde el alma se hace puño Allí se hace esencialidad, concepto. Allí nace, allí respira. Digo respira porque está alimentada con enormes rendijas. Rendijas que provocan a quien lee a adentrarse por ellas. Pero por esas grietas (palabra muy querida por Inés) transita un aire duro, una decisión poderosa. La densidad permeable. Es una poesía que mira la vida con asombro táctil, deseosa de conocerse, pero también con los ojos de la desolación. Porque tal es el asunto esencial, digámoslo pronto: el objeto aguzado de la poesía de Inés Ramón es anotar cuanto el acto cotidiano del vivir, al que estamos obligados y abocados, tiene de pérdida, de erosión, de angustia, de negación. Por eso está tan ajustado el fondo, el carácter y los modos de su poesía. Tan ajustada la nieve, el camino y su forma. Tan ajustada su búsqueda del yo entre las acechanzas. De ahí nace su intrínseca belleza. Sobre esa búsqueda de lo que falta, Manuel Martínez Forega, sabio entre los críticos aragoneses, le ha escrito de su decir. Nos conocemos sin reconocernos tantas veces en los poemas que advierto la medida casi exacta del tiempo en tus palabras rasgadas y compuestas, reconstruidas, empujadas a su destino, inducidas, por no se sabe qué, a dar contigo.

Lo apuntado anteriormente puede hacernos sospechar de un fondo de tristeza, de desconsuelo, de lamento en el decir de Inés. Alguien al leerla ha mencionado la palabra melancolía. La vida es en esencia un camino hacia la desaparición. La poesía bebe de esa plena conciencia y de anotarlo, aunque jamás se excluye la alegría, ni la esperanza del hallazgo, ni la voluntad de ser, ni el gozo de la permanencia, pero sin olvido. Y ahí está nuestra poeta, asomada a la ficisidad de ese paisaje, a una hondura que no es posible vislumbrar, entender, que jamás comprenderemos. Asomada tozudamente. De ahí la gran potencia, estética y vital, que este libro acumula. Dicen que todo buen poema, y estos lo son, debe estar al borde de no entenderse, como la vida. Debe permitirnos atisbar caminos, sendas, atajos, pero nunca declarar su rumbo cierto, como la vida.      

Poemas cortos, anotaciones, golpes certeros, notas al pie de página del existir. El poemario aparece dividido en mitades. La segunda se ofrece agrupada bajo el título El esqueleto cóncavo, algunos de los poemas fueron dados a conocer en 2012, y atiende al cuerpo como lugar receptivo del dolor, del contratiempo, del deseo en huida, que la poeta convierte en aullido, en alegato contra la insensibilidad. Cuerpo como ruina en busca de nuestra implicación, como carne que fue, como solar que aguarda.  La primera parte, bajo el mismo título del poemario Disección, Anatémnein en griego,  recoge, a su decir, otra etapa de la poeta argentina de Alcañiz; y es de agradecer que el primer poema sea muestra de su decisión poética, de su mirada sobre las cosas.  Gira el cuchillo/ irrumpe/ en el deseo/ de traspasar la cicatriz/ de atravesar la luz/ de estallar la sucesión/ inútil/ la avidez inmensa de la noche.

Y luego la voz como aguda aguja, resuelta a sajar, a ser incisión en el centro mismo en donde la naturaleza, las cosas, los otros, nuestro cuerpo y el temor, esconden su secreto oscuro. Bien sabemos que nunca nos será revelado tal secreto, bien lo sabe Inés, pero ¿qué otra cosa puede hacer el poeta? Hablo del poeta verdadero. El que a veces debe contar sucesos, circunstancias, experiencias, pero siempre desde la consciencia de que ese camino solamente es aceptable si nos sirve para ahondar cirujanamente en la avidez inmensa de la noche, como Inés nos ha dicho. Esa avidez, esa noche, que sólo la luz puede perfilar. Y a ello dedica los 29 poemas siguientes. El símbolo de la piedra recorre el discurso. La piedra como residencia, como centro dado, como arca, como laceración, como sabiduría paciente, como el espacio en donde poder reconocernos -tal vez permanecer-, como interlocutor del aire, como raíz del vuelo. Piedras que saben de los desasosiegos, piedras que esconden ayer y futuro. Pero piedras expuestas a la herida, a la sospecha, al roce, al choque, a la posibilidad de la grieta.  Porque ¿que otra cosa es el hombre cuando toma posesión de sí mismo sino surco, temblor, tersura, sangre, lumbre sobre las piedras? Lo digo con sus palabras ¿De qué otra cosa puede escribir la verdadera poeta sino de lo interior, de la realidad?

Aquí, alertado por su lenguaje, es el tiempo de citar lo dicho por Ives Bonnefoy en la FIL de Guadalajara de año pasado y a las que sin remedio, he acudido mientras leía Anatémnein.  Dijo:En una conversación cotidiana, las palabras sirven para que nos entendamos, pero desaparecen. En cambio, en la poesía esas mismas palabras reaparecen en su verdadera realidad y son nombres propios que señalan o designan las cosas como son para mostrarnos la realidad”.

También es el momento de dedicar un aparte al prólogo de Ángel Guinda. Tan escueto, tan claro, tan directo, que su lectura condena a lo innecesario estas palabras previas mías. Habla del asombro, del tuétano sustentado, del escalofrío y el relámpago, pero yo prefiero subrayar  ese apunte que habla de la destrucción de la temporalidad. Anotación que me parece de una enorme finura. Porque su poesía no atiende a lo que sucede sino a lo que es, no al accidente sino a la esencia, porque su poesía es vientre universal hecho lenguaje. Y alguien creerá que las horas han pasado/ el día/ la noche/ la luz que fue un mañana tapiado en el hastío.

Por todo lo dicho, y para concluir, es conveniente subrayar que este libro viene a reforzar la extendida idea de que la poesía es una de las escasas justificaciones para la existencia del hombre sobre la tierra, de vida racional sobre los páramos. Fue una suerte para mí encontrarme con la persona de Inés Ramón en Cuenca, y un hallazgo a conservar. Como haber conocido y degustado sus libros. Solamente me queda agradecerle la gentileza de poder hacer públicas estas breves palabras sobre un libro esencial, tormenta y transitable a un tiempo, tan rotundo en su mirar como delicado en su escribir. Y queda felicitar a unos editores coherentes en su hacer amarillo, y a los que deseo éxitos como éste, los mayores éxitos. 




F.Caro
Comentario sobre "Hallarse en la caída"y  "Anatémnein"


ME PREPARABA A ESCRIBIR UN COMENTARIO SOBRE INÉS RAMÓN y sus poemarios Hallarse en la caída y Anatémnein; el primero, en la editorial Olifante, y el segundo, en Tigres de papel, cuando me crucé con un libro medio olvidado de mi biblioteca que había publicado el Fondo de Cultura Económica, titulado Los presocráticos, que se parece a Hallarse en la caída en el pequeño formato y que recoge fragmentos de Herácilto, Alcmeón, Zenón, Meliso, Filolao, Anaxágoras, Diógenes de Apolonia, Leucipo, Metrodoro de Kío y Demócrito, lo cual me distrajo de mi intención. Me preparaba a reiniciar el comentario cuando el azar o tal vez el destino me hizo tropezar con Paul Celan y su Reja del lenguaje, donde el poeta rumano reflexiona sobre «las múltiples tinieblas del discurso mortífero», que él intenta desvelar con «contrapalabras» y «solapamiento de relaciones» para capturar la belleza aunque sabe de su imposibilidad. Me disponía a escribir una pequeña reseña, cuando di con un volumen de José Ángel Valente con sus poemas que exploran “las cámaras de la palabra” con la filosofía. Me preparaba a escribir un comentario sobre estos dos libros, cuando releí en uno: “Volverás a llover. / Aunque un aguijón te haya envenenado / y te haya empujado más allá de las fronteras / del desierto, // volverás a ser los trazos que caen en la noche, / signos / de otros regresos. // Volverás a tu ser líquido, / al fulgor / instantáneo de la lluvia” (LXVIII, Hallarse en la caída), y en el otro: “Un pájaro aletea / detrás del pensamiento. / Por las noches canta. / El amanecer le inventa un bosque” (16, Anatémnein), dos poemas magníficos. Me disponía a escribir un comentario, cuando el silencio que habita en la oscuridad de sus versos, la soledad que se esconde en sus pasadizos de ideas, la filosofía enamorada de la belleza, la tensión entre el significante y el significado, la memoria disolviéndose en el tiempo, hicieron que me desprendiera de mi propósito.

José Luis Gracia Mosteo


9/6/14

Comentario de José Antonio Conde

 
Inés Ramón Hallarse en la caída (Olifante ediciones de poesía 2014)



Dentro del signo, el silencio y el eco anterior a la palabra, ese camino donde transita el significado y los regresos, la huella y la ternura temporal como referente de la memoria. Sin duda, “Hallarse en la caída”, es un poemario progresivo de señales, de encuentros con esa mirada reflexiva que relaciona lo sensitivo con una formulación de matices y que organizan en la hondura espacios para la evocación de la imagen, y entonces, ésta se convierte en existencia, en sorpresa, es decir en hallazgo definitivo. Un equilibrio semántico de asociaciones conduce la transformación del sujeto lírico en un valor ascensional, pues revela en la conciencia un rumor de espejos, de aceptaciones que se adentran en el lugar de la acción última de la palabra.


                                José Antonio Conde

31/5/14

Lectura de Víktor Gómez Valentinos

¿Qué larva
teje un velo
en el paisaje del ser

y viste de ruinas
el entonces?

¿Qué irresistible
enjambre
en la herida?



Este poema de Inés Ramón pulsa esas cuerdas de la conciencia devenida en música y ardor. Elegía o canto brioso a la vida, el poema en este "Hallarse en la caída" viene con la solvente exposición de imágenes inusualmente descritas, viene dentro de una metáfora que estalla como breve e intensa tormenta de verano. El poema es un relámpago o un creciente aullido.
Incapaz de retirarme del retador verso cuya cita es con la más corajuda de las conciencias, la de un yo poético en clara lid por la dignidad y en clara resistencia al daño sistemático. Poesía de tú a tú, que reconocé en la caída una lealtad insobornable a la más amorosa de las articulaciones personales: las de la mujer que autónoma y lúcida opta por lo abatido y vulnerable y lo eleva a amado y amigo. En la caída, la sombra de los carroñeros no puede apagar la sed del canto, el agua de la tenacidad conciliadora y comunal, y en las grietas cultivadas del muro derruido no solo memoria y amor fluyen, también armonía entre presencia y ausencia, también la magia de las palabras que nos liberan de la ingratitud, la doma, el abandono....
Salve, poesía, que nos salve!


Víktor Gómez

26/5/14

Reseña de "Hallarse en la caída", por Fernando Aínsa.


HORADANDO LA GRIETAS DEL ALMA A PUNTA DE CUCHILLO

 Fernando Aínsa


Hallarse en la caída de Inés Ramón nos propone desde el título un corte profundo en nuestra sensibilidad, un “caerse” que es encuentro poético consigo misma, hallazgo que ahonda sin piedad en las grietas abiertas para “poder extraviarse”, hendiduras metafóricas, oquedades sombrías que se acompañan de un alarido que parece ilustrar el cuadro de Edward Munch al “fraguar la espuma, los presagios en la piel, /los ecos que horadarán el grito” (XVI), vértigo que invita a una lectura morosa y reflexiva de unos poemas destilados desde el paroxismo en la búsqueda de la palabra exacta.
Grietas cuya importancia la poeta recuerda en el epígrafe inicial de Roberto Juarroz y en el epílogo donde propone “cultivar grietas en el muro trasero” de la casa, donde hallan cobijo “hormigas, escarabajos y ciempiés” en cavernas húmedas escarbadas en la pared en ruinas cubierta de una “frondosa hiedra de sombras” que hay que regar “cada tarde en silencio”, son el leit-motiv de un libro escrito con una intensidad inusual, sin concesiones a un lirismo autocomplaciente o al lamento acongojado en primera persona. Versos hechos del riguroso y ascético despojamiento de todo oropel adjetivado, asumidos como ejercicio de estilo, donde el filo del cuchillo escarba en la conciencia, en “esa herida” que “hundirá sus pies/ en las grietas/ solares” (XXIV), “grieta carnívora” que sabe que “toda grieta se expresa en otra grieta”.
Inés Ramón es severa consigo misma. Sabe que “una jauría” le “aguarda a la vuelta del recuerdo” (LXX) y que hay que “escribir con sal en la espalda de los sueños que se acercan demasiado” (XXXIV). No perdona ni se perdona al “sujetarse a una espera/ a punta de cuchillo”, al identificar los signos, las huellas que “quedan tras el signo”, palabra que apenas encubre el silencio “en cada grieta que abre el tajo”. Un silencio que es esencial en Hallarse en la caída, un silencio donde —sin embargo— habita “el sanguinario filo de la esperanza”.
Intensamente creativa, original, poco dada al expansivo trasunto de emociones, la poesía de Inés Ramón invita a prescindir de lo efímero para comprender “la embriaguez que produce lo invisible”, tras haber arrojado “un pájaro envenenado contra el vuelo”. Se trata, en definitiva, de “hundir la ferocidad/ en el mismo/ error/ que se creía certeza”.
He leído varias veces los setenta y un poemas de Hallarse en la caída y los de Un esqueleto cóncavo con que completa el poemario, antes de sentir el “aliento irrespirable en la hendidura” (LII) con que intenta “devorarse a si misma” (XXIII)y que ha terminado por apoderarse de mi desconcertada lectura. He sentido yo también “la sombra que avanza. clavando su aliento en tu espalda, para marcharse luego arrastrando harapos, sin dejar rastro”. Y no he podido más que resignarme a esta entrega.
En estos poemas —que me atrevo a calificar de magníficos— hay herrumbre, musgo, humedad, un oxidarse de la lluvia en las grietas, donde el único consuelo es lamer, porque “la eternidad se lame las heridas./ Lame y relame/ lo que no” (XV), animal nocturno que “lame, minucioso, los barrotes del vacío” (LVIII), “silencio emboscado detrás de cada signo”, cuyo “gesto de asombro/ tratará de lamer las dos orillas”. En estos poemas que al evocar otro clima recuerdan que “el páramo te arena la mirada./ Te sedifica la voz/ te desnombra el tiempo”, hay una elaborada creación, una inhabitual búsqueda de la perfección que “en ráfagas de espinas te anestesia el grito,/ te invade huracanado las arterias”.

Oliete, 21 de mayo 2014

Texto de la presentación de "Hallarse en la caída", de José Manuel Soriano.


Conocí a Inés hace allá por el año 2002.  Ella iba en busca de alguien que le hablara de sus proyectos literarios.  Tenía una inquietud poco frecuente en estos lugares.  Una inquietud que con el tiempo le llevó a emprender proyectos, talleres, hasta un programa de radio aquí en Alcañiz, donde entrevistaba a poetas aragoneses y más adelante poetas selectos y muy bien considerados dentro del panorama literario español. 
Poco a poco se fue abriendo paso como agitadora y dinamizadora cultural, embarcándose y haciéndonos embarcar en presentaciones,  recitales, entrevistas, creando el ciclo de POESÍA Y MÚSICA, todo fusionado y creado alrededor de una asociación, llamada POIESIS que tantas satisfacciones nos está generando.
Junto a ella hemos conocido a autores que nunca creímos que vendrían a recitarnos aquí y a otros que desconocíamos totalmente que han suscitado y generado una realidad demasiado presente en nosotros. Hemos logrado aunar el interés poético de esta tierra seca y nos hemos dado cuenta que no hay mejor proyecto que el de la ilusión.  De ímpetu aragonés y acento argentino-alcañizano, Inés es una persona fuerte y luchadora a la que tenemos la gran suerte de tener entre nosotros.

La vida respira en mapas de papel del color de los huecos
en la distancia separada por un mar donde flota la memoria
en la búsqueda por conseguir el signo que nos de forma
de la verdadera verdad.

Y en este discurso de jotas disueltas en tangos
en este boceto de poema, donde los versos son troncos
que las olas traen a esta orilla
tus manos vacías sostienen los trozos fragmentados de esa voz
que tiembla tras nombrar
las grietas formadas por todas las palabras
donde habita la luz
la verdadera luz que nos alumbra.

En su primer libro, Un esqueleto cóncavo, Inés nos sorprendió con su especial manera de sopesar el pesimismo, de enraizar en sus metáforas un dolor oculto que necesitaba en cierta manera y ocultándose en ciertas imágines, mostrarse.
Poemas sobre la muerte, la nada, el sinsentido, temas poéticos de especial relevancia en toda la historia de la literatura, particularmente en la contemporáneo, tal y como dijo Joaquín Sánchez Vallés en su presentación  en Zaragoza.
En este primer libro, con una voz firme, para nada inicial, nos habla de errores, y nos concibe a los elementos como materia con voz, hasta acabar con un verso antológico en que nos dice:
“y creer / que germinaba la vida / en mi palabra”.
Por lo general, el poeta (o la poetisa) es una persona inquieta e imaginativa.  Segura de lo que siente pero totalmente insegura a la hora de vivirlo. 
Y detalles como el de la INSEGURIDAD en los poetas se experimentan por ejemplo a la hora de elegir el título de un libro.  Elegir el título de un libro es algo muy difícil, algo que te acompañará toda la vida y que de alguna manera definirá su contenido.    Y siempre dudamos, y siempre creemos que no es el idóneo, pero después, al compararlo, nos entra el recelo de estar en lo cierto.
Y digo todo esto porque Inés, para el presente libro ha elegido el mejor de los títulos que había podido coger.  
Del inicial GRIETAS pasó a LA ERIZADA TERNURA DE LO EFÍMERO, para estar casi segura en A PUNTA DE CUCHILLO y dejarse convencer por el sugerente HALLARSE EN LA CAÍDA.

Hay que aferrarse a la caída para disfrutar de este viaje.

Ya el título es una declaración de intenciones.  Hallarse en la caída.  Hallarse en la caída es encontrarse en lo más hondo que podemos estar, es descubrir la solución a lo que nos hace sufrir, erradicar la ignorancia que nos desprende de nuestra verdad. 
En Hallarse en la caída, todo significado se encierra en la palabra, en su piel, en su gesto, en su instante.  Toda palabra encierra tacto, oído, vista, encierra sabor y olor.  Toda palabra encierra sentidos que los hace propios.
Para Inés Ramón, la palabra se convierte como diría Jesús Jiménez en el asa de las cosas, en la llave del baúl donde todo existe, donde la palabra es algo con sombra, un signo que nombra y que genera una relación casi física.  Aunque se arrebate al mundo su nombre, no dejará de ser lo que es.
Inés nos indica que cada término es un ser y como tal la trata, juega con la percepción del objeto, del verbo, del adjetivo al que sujeta, con el símbolo preconcebido para después ofrecernos un paisaje cuyos personajes son la vida que habita cada palabra.
El interior de las cosas no es el corazón, es su latido.
Hallarse en la caída es un libro reflexivo y duro, donde asomarse al vértigo de los versos  te abre una región donde el silencio es la tierra, donde cada campo es un instante y cada aroma una revelación.  Donde la búsqueda es el guión que da sentido a los días.
Donde la huida es la grieta que forma un camino  donde todo es transparente, donde la voz de la poeta trata de materializar en palabras lo efímero, de caducarse en esa tarea dando prioridad a esa labor porque su verdadero ser depende de ello  -todo poeta huye hasta creer encontrarse.
Hallarse en la caída es un viaje donde se incita una y otra vez al silencio, donde las piedras se convierten en compañeras de viaje y la oscuridad en un trayecto.  A veces, con una sensación de prisa, de celda y de ahogo, aferrando, la autora, de una forma consciente y magistral, la idea de una liberación más grande si cabe llegando desde el pozo a la intemperie.
Es un libro de otoño buscando la luz de primavera, un muro donde engañar al hueco.  La respiración.
Un viaje donde el único propósito es huir de la asfixia, de los miedos a la luz de la vida, es el dibujo de un túnel que en síntesis somos cada uno de nosotros.
La voz del viaje nos dice que no avanzará nuestra sombra sin rozarnos, que ahogará sus pasos en regiones donde no se pronunciará jamás el verbo.  Todo es un espejo
en el que las palabras recogerán nuestros ocasos, nuestros silencios, nuestro abandono, esa inútil apetencia de existir.  Esa herida. 
Presentar un libro no es mostrar, sino vivirlo.
Ya en el  poema XII, Inés nos hace una poética del libro, una declaración de intenciones donde resume lo que quiere decirnos en su recorrido:

Desnudar.
Quitar espinas, máscaras, la música,
la estridencia del pozo, el impulso, la noche
las metáforas,,,
La irrevocable anilla, el húmedo animal, los ojos del murmullo,
la oblicua oscuridad que rasga el faro,
la negación,
la muerte,
el invisible gesto, el relámpago sobre el agua,
la ausencia que se oculta en la llegada,
las huellas de las aspas del molino en el aire.

Volver a desnudar lo que queda tras el signo.

Así es, Inés nos propone desnudar el mundo tras el signo que lo señala.
Así mismo, en el poema XVI nos da el siguiente paso a la confirmación de lo explicado:

XVI
¿Quién corta tiras de papel impreso?
Lenguajes desgarrados, huellas que se encuentran inservibles;
reflejos de un mirar roto.

Y ahí quedan, balanceándose,
jirones de una palabra que ya no sabrá recomponerse.

Herida de palabras, a veces se siente con la boca tapada, un ocaso del que solo alumbra el silencio, y es precisamente allí, donde construye un universo desde ese mutismo:
Repleto de imágenes evocadoras de un universo cada vez con más luz, roza la perfección en versos como “urdid sobre una rosa/ el simulacro / del perfume”, donde nos invita a asomarnos a una ventana con vistas a lo que se oculta mostrando su oquedad.
Nombra lo que se aleja para dejarlo ir para después coser los párpados a la lágrima donde todo lo que no fue nos mira en ese camino angustioso en el que describe la luz como el miedo, temerosa quizás de que la realidad duele y lo que permite seguir existiendo respira en la oscuridad.
Para qué, nos dice Inés, para qué insistir en deshojar el eco de una huella si ya la máscara se ha vuelto carne, si dentro del espejo se aletarga la misma palabra infinitamente hueca.  Para qué, Inés, para qué insistir, tienes razón,  si la realidad solo tiene de real lo que inventamos.
A lo largo del libro existe un empleo de verbos en tiempo subjuntivo, en gerundio  y en futuro levantando original forma de guión, tiempos verbales que conforman un escenario hipotético dentro de una afirmación presente donde gerundio concluye y el futuro niega.
Límite del ser y del lenguaje, lo que nombra se diluye allí donde la plenitud es un cascarón que nos cubre.  El silencio es el límite entre el adentro y el afuera, lo que quedará de todos nosotros cuando no habrá lugar más claro que el olvido.
Hallarse en la caída no intenta atrapar la huida dispersa en la noche, sino descubrir su roce en las pestañas del que lo lee.
Es una sombra que avanza, clavando su aliento en la espalda, para marcharse arrastrando harapos sin dejar rastro mientras la lluvia es una ausencia que acontece bajo la cual, la palma del viento se quedaron dormidos los caminos a los que no pudimos llegar.
Y para sintetizar el libro, en un epílogo impresionante, la voz cultiva grietas para que crezca el miedo como hiedra y compartir, cada uno a su mundo, la vida.
Diré para acabar, que en tu libro, Inés, en tu libro hay presión y mucha, mucha reflexión.  En tu libro ahondar es prepararse para saber, es mirar la luz, tu luz, porque donde hubo una flor, aún palpita y redime el olvido de su fragancia.
Leer tu libro es ir por una senda que sólo tú podrías haber creado donde haces partícipe al lector de una huida hacia los adentros de la palabra, hacia la celebración de atrapar lo invisible entre la soledad,
o como diría el gran Diego Jesús Jiménez, amiga Inés,

en las ruinas
queda una claridad de yeso mordida por la muerte;
caen del tiempo los copos de una ceniza enferma
y en tus ojos,
que celebran lo efímero,
arde la soledad de toda gloria.

No duden en hacer el viaje que les propone esta gran poeta.


José Manuel Soriano Degracia

12/5/14

PRÓLOGO DE FERNANDO PALACIOS LEÓN.



Desnudar el signo

Toda palabra es signo porque nombra. Para Inés Ramón la palabra es signo, sí, pero la concepción de ese signo encierra consigo su propio espacio, una relación carnal e íntima con la materia, la distancia y la ausencia de ser y de sentirse, el silencio, el designio y la duda. El poema evoca entonces no sólo lo que significan las palabras, sino aquello cuanto no son capaces de decir, su límite, su dualidad inherente: El silencio / que se había emboscado detrás de cada signo / no sabrá responder / y su gesto de asombro tratará de lamer las dos orillas. //
La poesía de Inés Ramón defiende la desnudez de las palabras, de su signo, como si el poema fuese capaz de darles vida propia, como si, durante ese espacio que evocan, las palabras se existieran en lo que nombran rescatadas en la escritura. La personificación no es, por lo tanto, un triste y repetido malabarismo retórico, un recurso que busque la originalidad insustancial, sino que se asiste a la propia desnudez del signo, a la propia desnudez de la palabra nombrada, neonata: El crepúsculo desata sus fieras sucesivas [...] Cientos de pezuñas resucitarán un canto / bajo la redondez magnífica del aire. / Y disolverán entre sus huellas / la ajenidad del hombre / y de sus vidas. //
No es extraño, por tanto, que el silencio sea el centro de la poesía de Inés Ramón. La concepción material del poema como lugar requiere la profundidad de la reflexión; el poema es instante, revelación. Quizá sea en las formas verbales, personales e impersonales, donde resida la auténtica mirada de la poeta, acaso su intención expresiva más humana, la angustia mortal, la desaparición al fondo de todas las acciones: el pasado como doloroso presente, el infinitivo que detiene al tiempo, el presente como descriptor o venganza, el gerundio como conclusión, el futuro como negación: No sabrá del vértigo el abismo. [...] Sólo el impulso abismal cerrará su aliento / alrededor del grito. //
Y si los verbos dejan traslucir la mirada humana de los poemas, las imágenes son el espejo de la reflexión de la autora. Algo tan infrecuente y valioso —por escaso— como encontrar pensamiento en la poesía, es para Inés Ramón una de las claves para afrontar la escritura. Los poemas exigen del lector la capacidad de extraer de las imágenes una lección, una enseñanza natural, un misterio que se manifiesta y que redescubre lo que había de invisible en lo visible, como en el undécimo poema: Y, mientras, / la luna desova su agonía / bajo la nieve. //
Se está, además, ante una escritura que redescubre la naturaleza en todos sus ámbitos,que trata de comprenderse en el lenguaje de sus propios signos, siendo este lenguaje, para la poeta, el verdadero lenguaje universal o posible. Son pocos los poemas que contienen sustantivos artificiales, entendiendo por artificial todo aquello que ha sido creado por la mano del hombre. Y, en caso de aparecer, son objetos volitivos: el espejo, la máscara, el cuchillo. El poema, sin embargo, se vale de los fenómenos naturales, de la mirada humana que todo lo transforma en sí misma. El rocío sobre las telarañas, los sueños truncados: Sobre las telarañas / el rocío. / La perplejidad / se hunde en el error / de haber caído, / de haber creído / que es posible edificar sobre la transparencia. //
Subyace en Hallarse en la caída una inmensa melancolía, mas no una melancolía al uso, sino una melancolía consciente que trata de comprenderse, que se conmueve en sus propias dudas, que se reprocha el no ser capaz de encontrar una salida más allá de la fragmentación, que se extasía en su propio estado inmanente de destrucción: no sabe de la sed / la última gota, como reza el último poema del libro. Terror de haber sido y un futuro terror. Leer a Inés Ramón es encontrar el rastro de nuestra desaparición, descubrir que la palabra posee una naturaleza sensible, ajena y propia a la condición humana y que, quizá, toda la sensibilidad de la que somos capaces resida en la palabra y que es la palabra, que son las palabras, las que viven a través de nosotros y no al contrario.


Fernando José Palacios León

6/1/13

Maridaje



"Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura al fascismo."
Albert Camus


Hace unos días esta frase pasó ante mis ojos con la fugacidad del Facebook, pero la palabra “desprecio” quedó tirando de mí, insistente, perturbadora: ¿desprecio?, ¿fascismo? Me resultaba bastante familiar aquella conexión, amenazadoramente cotidiana. Toda forma de desprecio, dice Camus, y de inmediato acuden a mi memoria las imágenes de las familias arrancadas con aberrante brutalidad de sus casas en cada desahucio; imagino a los que, impotentes, optaron por el suicidio. Toda forma de desprecio instaura el fascismo, repite Camus, y pienso en la perversidad de las leyes laborales que pisotean todos aquellos derechos adquiridos en tantos años de lucha, que amparaban la dignidad del trabajador y que ahora, a cuento de la crisis, se eliminan de un plumazo. Desprecio, leo de nuevo, y comprendo qué mirada orienta la mano que ejecuta los recortes en sanidad, en educación... Un gobierno que desprecia a la ciudadanía hasta niveles inadmisibles, mientras, por otro lado, constituye una casta que se arroga una dignidad inconmovible (políticos, casualmente, eurodiputados y algún alto cargo de la justicia) a tal punto que se niegan a viajar en clase turista para que su ¿respetabilidad? no sea mermada; un gobierno que arrebata, que socava, que cercena, y luego exhibe una arrogancia descomunal; un gobierno que desprecia majestuosamente a todos, incluso a quienes les han votado, ¿no andará, por casualidad, muy próximo al fascismo?

23/11/12

"Topología de una página en blanco" de Alejandro Céspedes. Un viaje hacia la lucidez


      


Topología de una página en blanco constituye una ruptura con toda la obra anterior de Alejandro Céspedes. Rompe con la retórica, con la métrica, con los temas, con la tradición en la que estuvo instalado el autor y, sobre todo, se observa el definitivo abandono de la utilización de un yo confesional como vehículo para el texto poético que ya había comenzado en sus dos títulos anteriores.
Si en Los círculos concéntricos la voz del yo aparece trascendida, prestada a un personaje femenino, y en Flores en la cuneta se diluye hasta desaparecer en un conjunto coral y amoral que prescinde del sujeto poético y ahonda en su objetividad, en Topología de una página en blanco “el sujeto no importa” porque “todo permanece inconcluso entre el sujeto que actúa de sujeto y el personaje que actúa de testigo”.
Y es cierto; en este libro se configura un texto en donde la ausencia del sujeto es asfixiante. Estamos ante un libro sin acción. Incluso cuando se utiliza la primera o la segunda persona del verbo no se tiene la certeza de quién o a quién se habla. A veces, como en el poema de la página 57, creador y recreador (usando los términos de Céspedes) no se distinguen. El lector, necesariamente convertido en coautor, ha sido succionado hacia la página: “unos ojos enhebran su hilo por el hueco de tus ojos / minuciosas puntadas confunden las costuras / las aprietan / con ese microscopio verifican / que la distancia que hay entre los dos / no tiene límites / ya ven / lo que tú ves” para terminar con estas desasosegantes frases: “¿qué será ser tú? ¿qué será no ser tú?
Céspedes nos muestra la existencia de un “yo” absolutamente impersonal y diluido que encuentra su forma en un “tú” al que de inmediato vuelve a hacer dudar de su existencia porque en ese instante ya ha sido transformado de nuevo en primera persona. Esta reversibilidad que convierte al lector en autor o que iguala e identifica a ambos sobre el espacio de la página es, tal vez, el principal mérito del libro. El texto de la página 69 nos cuenta asombrosamente de qué forma se produce este acontecimiento: “nos cruzamos, sabemos de repente que en ninguno de los dos quedan orillas”. Otras veces es el mismo espacio/página quien habla, no tanto como sujeto ―que también― sino como manifestación de una presencia inevitable. La virtud de Céspedes es no hablar de la página (eso sería muy fácil) sino hacer que la página sea quien demuestre su existencia.
El autor nos anuncia en un breve texto preliminar que el libro reflexiona sobre los tres elementos esenciales de todo hecho literario: el espacio, el sujeto y el testigo. Y los trata no como partes divididas, sino completamente interdependientes entre sí, interrelacionadas constantemente mediante términos e ideas que funcionan como los enlaces de la red y hacen que el lector pueda moverse en todas direcciones; no sólo hacia atrás o hacia delante, sino hacia abismos o cúspides donde “aúlla su propio desamparo”. Cada uno de esos tres planos (página/soporte, autor y recreador) funciona simultánea y sucesivamente como espacio (espacio topológico) en donde los otros dos se desarrollan como materia reflexiva. Estos tres territorios de conocimiento y reflexión se suceden en el libro en ese mismo orden: primero, aquello que tiene que ver con el soporte; a continuación, lo que tiene que ver con el sujeto y la creación del texto mismo; y, por último, lo que hace al lector más radicalmente consciente de su papel en el poema. Pero ―como hemos dicho― mediante textos interconectados a través de modos de conciencia que se mueven hacia múltiples direcciones.
Porque en Topología de una página en blanco la palabra poética, despojada de todo artificio retórico, se pronuncia como pensamiento en torno a las propias posibilidades y límites de representación. El autor investiga intensa y extensamente las posibilidades de un lenguaje vivo, mutante, a través de un complejo entramado conceptual y simbólico que posee la virtud de ser y producir pensamiento en el acto de creación. Si en algún libro se cumple la máxima expresada por Vicente Huidobro “Cuanto miren los ojos creado sea”, ése es Topología de una página en blanco, porque de los múltiples niveles de lectura que coexisten en este libro singularísimo el más llamativo es el que ofrece al lector la capacidad de participar de manera activa e inédita en la construcción del texto.
Esto acontece en el espacio simbólico de esa página en blanco, “donde todo lo imaginado converge conecta continúa”. El poema se presenta bajo la forma de lo súbitamente inédito en cada nueva lectura e interpela al lector de un modo sorprendente e infrecuente. El poema posee la cualidad de convocarle, de abrir espacios para que éste pueda acceder y habitar el texto, y lo hace apelando e interrogando a su subjetividad. Topología de una página en blanco reclama en el lector la consciencia inequívoca de su propia presencia transitando por el texto. El autor cede su propia capacidad creadora, que se consumará en la mirada del lector: “y de todo tu cuerpo sólo quiere los ojos / para entrar / para verse.” Esa mirada no será una, sino que el texto se manifestará diferente en cada lectura. Su incesante renovación en diversos niveles perceptivos será proporcional al vínculo que el creador ha establecido entre el lector y el texto.
Durante la lectura y, en especial, después de cerrar el libro, el lector podrá asegurar que el poema le ha transfigurado. Será alguien revelado a sí mismo, alguien a quien el texto ha permitido explorar un amplio repertorio de emociones que le impulsará, necesariamente, a crear. No comprende, quizás, en un primer momento, que el poeta le ha invitado a correr el riesgo de ser un pensamiento que busca su propia revelación en el transcurso mismo de la lectura. El texto, por lo tanto, le ha restituido (en su sentido aristotélico) el ser: un ser “en acto”, aunque plenamente consciente de su propio vacío.
En medio de esta compleja profundidad simbólica y conceptual, el poema, como una “frase sin sujeto, se mueve en el espacio de la pérdida”; en ese espacio abierto, en ese vacío, el autor invita al lector a “reformular la ecuación de los regresos” eliminando palabras: “quédate con los versos mutilado / y por esa ventana que has abierto / accede”, porque sólo “en lo in omp eto podemos encontrarnos / lo que falta nos nombra”, versos que nos remiten a lo esencialmente indiscernible, puesto que lo fundamental no es conocer, sino volver a desconocer. Es entonces cuando se vislumbra lo inaccesible, lo que carece de forma y fondo, pero cuya realidad emerge de manera contundente, de modo que es lo indecible lo que se presenta como lo más insinuante y revelador.
Topología de una página en blanco representa un quiebro estético de gran altura que rompe con muchos de los estándares de la poesía española no sólo contemporánea, sino de siempre, e incorpora un reto formal cuya propuesta se halla mucho más allá del encuentro armónico con la palabra dicha; está, por el contrario, inmersa en la hipótesis del feliz encuentro con la palabra por decir. Ésta es su competencia, pero —como lectores— exige que sea también la nuestra. Llevando hasta el extremo las palabras de Ángel González, “la poesía no admite lectores complacientes”, Céspedes pide más: “te exijo tener fe a ti que ya no crees”.
En esta comunión que el poeta reclama al lector éste tiene que desaparecer, desprenderse de lo que se supone es su papel para hacerse él mismo un poeta con el texto; de ahí lo inabarcable de un libro que siempre está en permanente concreción: “un ojo será una entrada...”; y lo inacabable de un libro porque no tiene fondo. Es el propio lector ―en función su propia capacidad y voluntad― quien dispone el último sustrato. El autor va dándole las llaves para seguir descendiendo, para abrir cada nuevo texto ―textos que a veces usa únicamente como recordatorio de lo dicho (“en cada nuevo estrato surgen...”)― para que no se olvide cuál es el papel de su lector.
Topología de una página en blanco es más que una poética, es una autopsia de cómo se producen las ideas poéticas, y digo autopsia sabiendo lo inapropiado de este término porque pocos textos hay más permanentemente vivos que este libro. Ello es así porque describe una “topografía” del territorio de la idea y de cómo ésta intenta cimentarse en la palabra. Y, sin embargo, también es más que eso porque el autor nos advierte de continuo que la palabra “no funciona como material de construcción estable”. El libro se construye como un pavimento de losas movedizas, como un puzzle que va cambiando a medida que se pisa para que no pueda darse ninguna condición de certeza. O sí: la de que la única certeza a la que podemos abrazarnos es la permanente incertidumbre. Y todo ello haciendo poesía mientras se reflexiona sobre su esencia.
Topología exige tal nivel de implicación en el lector que acaso el mayor aspecto negativo de este libro sea, utilizando la antigua calificación de las películas, que “no es apto para todos lo públicos”.
Topología de una página en blanco es un viaje hacia la lucidez; es “leer sin gafas / sin aletas sin oxígeno / hasta que se acaba el aire / y quien lee se da cuenta de que se le ha olvidado / en qué dirección está la superficie”. Lucidez que, como bien nos advierte el propio autor, es “un lugar del que jamás se vuelve”. Le faltó añadir indemne.
Tal vez por esa razón, como otro juego simbólico más o como un guiño a la virtualidad del eBook, haya querido el autor dejar grabadas sus huellas dactilares en las páginas 53 y 54 de todos los ejemplares de esta edición en papel.

Alcañiz (Teruel), noviembre de 2012