
Topología de una página en blanco constituye una ruptura con toda la obra anterior de Alejandro Céspedes. Rompe con la retórica, con la métrica, con los temas, con la tradición en la que estuvo instalado el autor y, sobre todo, se observa el definitivo abandono de la utilización de un yo confesional como vehículo para el texto poético que ya había comenzado en sus dos títulos anteriores.
Si en Los círculos concéntricos la voz del yo
aparece trascendida, prestada a un personaje femenino, y en Flores en la cuneta se diluye hasta
desaparecer en un conjunto coral y amoral que prescinde del sujeto poético y
ahonda en su objetividad, en Topología de
una página en blanco “el sujeto no importa” porque “todo permanece
inconcluso entre el sujeto que actúa de sujeto y el personaje que actúa de
testigo”.
Y es cierto; en
este libro se configura un texto en donde la ausencia del sujeto es asfixiante.
Estamos ante un libro sin acción. Incluso cuando se utiliza la primera o la
segunda persona del verbo no se tiene la certeza de quién o a quién se habla. A
veces, como en el poema de la página 57, creador y recreador (usando los
términos de Céspedes) no se distinguen. El lector, necesariamente convertido en
coautor, ha sido succionado hacia la página: “unos ojos enhebran su hilo por el
hueco de tus ojos / minuciosas puntadas confunden las costuras / las aprietan /
con ese microscopio verifican / que la distancia que hay entre los dos / no
tiene límites / ya ven / lo que tú ves” para terminar con estas desasosegantes
frases: “¿qué será ser tú? ¿qué será no ser tú?
Céspedes nos
muestra la existencia de un “yo” absolutamente impersonal y diluido que
encuentra su forma en un “tú” al que de inmediato vuelve a hacer dudar de su
existencia porque en ese instante ya ha sido transformado de nuevo en primera
persona. Esta reversibilidad que convierte al lector en autor o que iguala e
identifica a ambos sobre el espacio de la página es, tal vez, el principal
mérito del libro. El texto de la página 69 nos cuenta asombrosamente de qué
forma se produce este acontecimiento: “nos cruzamos, sabemos de repente que en
ninguno de los dos quedan orillas”. Otras veces es el mismo espacio/página
quien habla, no tanto como sujeto ―que también― sino como manifestación de una
presencia inevitable. La virtud de Céspedes es no hablar de la página (eso
sería muy fácil) sino hacer que la página sea quien demuestre su existencia.
El autor nos
anuncia en un breve texto preliminar que el libro reflexiona sobre los tres
elementos esenciales de todo hecho literario: el espacio, el sujeto y el
testigo. Y los trata no como partes divididas, sino completamente
interdependientes entre sí, interrelacionadas constantemente mediante términos
e ideas que funcionan como los enlaces de la red y hacen que el lector pueda
moverse en todas direcciones; no sólo hacia atrás o hacia delante, sino hacia
abismos o cúspides donde “aúlla su propio desamparo”. Cada uno de esos tres
planos (página/soporte, autor y recreador) funciona simultánea y sucesivamente
como espacio (espacio topológico) en donde los otros dos se desarrollan como
materia reflexiva. Estos tres territorios de conocimiento y reflexión se
suceden en el libro en ese mismo orden: primero, aquello que tiene que ver con
el soporte; a continuación, lo que tiene que ver con el sujeto y la creación
del texto mismo; y, por último, lo que hace al lector más radicalmente
consciente de su papel en el poema. Pero ―como hemos dicho― mediante textos
interconectados a través de modos de conciencia que se mueven hacia múltiples
direcciones.
Porque en
Topología de una página en blanco la palabra poética, despojada de todo
artificio retórico, se pronuncia como pensamiento en torno a las propias
posibilidades y límites de representación. El autor investiga intensa y
extensamente las posibilidades de un lenguaje vivo, mutante, a través de un
complejo entramado conceptual y simbólico que posee la virtud de ser y producir
pensamiento en el acto de creación. Si en algún libro se cumple la máxima
expresada por Vicente Huidobro “Cuanto miren los ojos creado sea”, ése es
Topología de una página en blanco, porque de los múltiples niveles de lectura
que coexisten en este libro singularísimo el más llamativo es el que ofrece al
lector la capacidad de participar de manera activa e inédita en la construcción
del texto.
Esto acontece en
el espacio simbólico de esa página en blanco, “donde todo lo imaginado converge
conecta continúa”. El poema se presenta bajo la forma de lo súbitamente inédito
en cada nueva lectura e interpela al lector de un modo sorprendente e
infrecuente. El poema posee la cualidad de convocarle, de abrir espacios para
que éste pueda acceder y habitar el texto, y lo hace apelando e interrogando a
su subjetividad. Topología de una página
en blanco reclama en el lector la consciencia inequívoca de su propia
presencia transitando por el texto. El autor cede su propia capacidad creadora,
que se consumará en la mirada del lector: “y de todo tu cuerpo sólo quiere los
ojos / para entrar / para verse.” Esa mirada no será una, sino que el texto se
manifestará diferente en cada lectura. Su incesante renovación en diversos
niveles perceptivos será proporcional al vínculo que el creador ha establecido
entre el lector y el texto.
Durante la lectura
y, en especial, después de cerrar el libro, el lector podrá asegurar que el
poema le ha transfigurado. Será alguien revelado a sí mismo, alguien a quien el
texto ha permitido explorar un amplio repertorio de emociones que le impulsará,
necesariamente, a crear. No comprende, quizás, en un primer momento, que el
poeta le ha invitado a correr el riesgo de ser un pensamiento que busca su
propia revelación en el transcurso mismo de la lectura. El texto, por lo tanto,
le ha restituido (en su sentido aristotélico) el ser: un ser “en acto”, aunque
plenamente consciente de su propio vacío.
En medio de esta
compleja profundidad simbólica y conceptual, el poema, como una “frase sin
sujeto, se mueve en el espacio de la pérdida”; en ese espacio abierto, en ese
vacío, el autor invita al lector a “reformular la ecuación de los regresos”
eliminando palabras: “quédate con los versos mutilado / y por esa ventana que
has abierto / accede”, porque sólo “en lo in omp eto podemos encontrarnos / lo
que falta nos nombra”, versos que nos remiten a lo esencialmente indiscernible,
puesto que lo fundamental no es conocer, sino volver a desconocer. Es entonces
cuando se vislumbra lo inaccesible, lo que carece de forma y fondo, pero cuya
realidad emerge de manera contundente, de modo que es lo indecible lo que se
presenta como lo más insinuante y revelador.
Topología de una página en blanco representa un quiebro estético de gran altura que
rompe con muchos de los estándares de la poesía española no sólo contemporánea,
sino de siempre, e incorpora un reto formal cuya propuesta se halla mucho más
allá del encuentro armónico con la palabra dicha; está, por el contrario,
inmersa en la hipótesis del feliz encuentro con la palabra por decir. Ésta es
su competencia, pero —como lectores— exige que sea también la nuestra. Llevando
hasta el extremo las palabras de Ángel González, “la poesía no admite lectores
complacientes”, Céspedes pide más: “te exijo tener fe a ti que ya no crees”.
En esta comunión
que el poeta reclama al lector éste tiene que desaparecer, desprenderse de lo
que se supone es su papel para hacerse él mismo un poeta con el texto; de ahí
lo inabarcable de un libro que siempre está en permanente concreción: “un ojo
será una entrada...”; y lo inacabable de un libro porque no tiene fondo. Es el
propio lector ―en función su propia capacidad y voluntad― quien dispone el
último sustrato. El autor va dándole las llaves para seguir descendiendo, para
abrir cada nuevo texto ―textos que a veces usa únicamente como recordatorio de
lo dicho (“en cada nuevo estrato surgen...”)― para que no se olvide cuál es el
papel de su lector.
Topología de una página en blanco es más que una poética, es una autopsia de cómo se
producen las ideas poéticas, y digo autopsia sabiendo lo inapropiado de este
término porque pocos textos hay más permanentemente vivos que este libro. Ello
es así porque describe una “topografía” del territorio de la idea y de cómo
ésta intenta cimentarse en la palabra. Y, sin embargo, también es más que eso
porque el autor nos advierte de continuo que la palabra “no funciona como
material de construcción estable”. El libro se construye como un pavimento de
losas movedizas, como un puzzle que va cambiando a medida que se pisa para que
no pueda darse ninguna condición de certeza. O sí: la de que la única certeza a
la que podemos abrazarnos es la permanente incertidumbre. Y todo ello haciendo
poesía mientras se reflexiona sobre su esencia.
Topología
exige tal nivel de implicación en el lector que acaso el mayor aspecto negativo
de este libro sea, utilizando la antigua calificación de las películas, que “no
es apto para todos lo públicos”.
Topología de una página en blanco es un viaje hacia la lucidez; es “leer sin gafas /
sin aletas sin oxígeno / hasta que se acaba el aire / y quien lee se da cuenta
de que se le ha olvidado / en qué dirección está la superficie”. Lucidez que,
como bien nos advierte el propio autor, es “un lugar del que jamás se vuelve”.
Le faltó añadir indemne.
Tal vez por esa
razón, como otro juego simbólico más o como un guiño a la virtualidad del
eBook, haya querido el autor dejar grabadas sus huellas dactilares en las
páginas 53 y 54 de todos los ejemplares de esta edición en papel.
Alcañiz (Teruel), noviembre
de 2012
1 comentario:
A las virtudes del libro se une la de esta exégesis.
¿Quién no leerá esa "Topología" ahora conducido por el hermoso candil de Inés Ramón. Sus palabras brillan e iluminan.
Felicidades.
Publicar un comentario