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15/2/16

Presentación de "Anatemnein", por Francisco Caro

Densidad transitable


PRESENTACIÓN DE  ANATÉMNEIN de INÉS RAMÓN
Casa del Lector   22 de enero 2016  (Tigres de papel)



Conocí a Inés Ramón en Cuenca, en un encuentro poético llamado Poesía para Náufragos que convocan con voluntad y esfuerzo, pero sin plata, los poetas del Júcar. Fue un encuentro cariñoso y fugaz, al terminar mi lectura. Yo no pude estar en la suya, celebrada el día anterior. Pero recordaba su nombre de poeta, la poeta del reconocido olifante Hallarse en la caída, su libro anterior.  Hoy, apenas dos meses después, la presentación de Anatémnein nos une gracias a la edición de Tigres de Papel, esta joven editorial madrileña que tiene el raro vicio de publicar autores que tienen algo que decir, autores de sólida personalidad.

Porque éste es el caso de Inés, pocas veces he visto a alguien escribir desde una intención tan consolidada, desde un mirador vital tan hecho a su modo, desde una tensión lingüística tan bien trabada. Alguien muy cercano a mí ha dicho que en el territorio de la poesía lo significativo no es la nieve ni el camino, sino el trazado del camino en la nieve. En el bien entendido que es precisa la nieve, que es preciso caminar en ella, pero que lo que nos define en el andar poético, lo que nos singulariza es el modo en que andamos el camino en la nieve. Porque ese es el punto exacto de la bifurcación en el que el lenguaje deviene en  poesía abandonando el sendero de la literatura. Inés Ramón es paradigma. Ni una sola de sus palabras es requerida para la banalidad. Ni una sola de sus palabras deja de multiplicar sus significados. Las huellas con que marca el sendero revientan sus intenciones. Y están encadenadas las unas con las otras de tal manera que los huecos que entre ellas se establecen dicen tanto o más que ellas. Donde hubo una flor/ aún palpita/ su forma. (dice).

Anatémnein, su nuevo libro, que ella ha querido titular en griego, incluso en la grafía, no niega, sino que refuerza, la visión que de la poesía tiene Inés Ramón. Viene a dar un nuevo aldabonazo en ese compromiso con el decir enjuto, serio, horro de adjetivaciones, henchido de embarazos que tiene nuestra autora. Esta argentino-aragonesa de decir rotundo, limpio, sabe que la poesía se hace con palabras, con pisadas, con huellas, pero que la poesía no se haya en las palabras, en las pisadas, en las huellas. La casa de la poesía se hace con esas herramientas, con esos ladrillos, pero la poesía no está en ellos, sino en las relaciones, en las distancias que entre ellos dejamos. Son los espacios vacíos, los silencios, quienes forman las habitaciones, son las pausas, las alturas, las que dotan al edificio de ventanas, de armonía y dimensiones. De sentido.  Con las palabras es posible levantar la casa, pero es con los signos con los que se acota el aire, con los que se da forma al camino. El que nos conduce al borde del abismo donde la vida guarda las sensaciones. Y habitarlo (el abismo, digo). Es allí donde nuestra autora atiende, apoyada en sencillos barandales, donde escucha cuanto el silencio grita, donde espera la belleza de la nada. Es allí donde Inés escribe. Allí la poesía.

Se ha dicho de ella, de su obra, que respira silencio, el alma del silencio. Y yo, después de la lectura de Anatémnein  y de su anterior Hallarse en la caída, puedo estar de acuerdo con ello. No es una poesía discursiva, no es una poesía de lo explícito, no se detiene en la anécdota ni surge de la circunstancia, no aquilata abstracciones, no busca prolongaciones reflexivas ni tiende a la lección moral (a pesar de su aroma metafísico). Su poesía se aloja en los tuétanos de lo humano, en el lugar donde el alma se hace puño Allí se hace esencialidad, concepto. Allí nace, allí respira. Digo respira porque está alimentada con enormes rendijas. Rendijas que provocan a quien lee a adentrarse por ellas. Pero por esas grietas (palabra muy querida por Inés) transita un aire duro, una decisión poderosa. La densidad permeable. Es una poesía que mira la vida con asombro táctil, deseosa de conocerse, pero también con los ojos de la desolación. Porque tal es el asunto esencial, digámoslo pronto: el objeto aguzado de la poesía de Inés Ramón es anotar cuanto el acto cotidiano del vivir, al que estamos obligados y abocados, tiene de pérdida, de erosión, de angustia, de negación. Por eso está tan ajustado el fondo, el carácter y los modos de su poesía. Tan ajustada la nieve, el camino y su forma. Tan ajustada su búsqueda del yo entre las acechanzas. De ahí nace su intrínseca belleza. Sobre esa búsqueda de lo que falta, Manuel Martínez Forega, sabio entre los críticos aragoneses, le ha escrito de su decir. Nos conocemos sin reconocernos tantas veces en los poemas que advierto la medida casi exacta del tiempo en tus palabras rasgadas y compuestas, reconstruidas, empujadas a su destino, inducidas, por no se sabe qué, a dar contigo.

Lo apuntado anteriormente puede hacernos sospechar de un fondo de tristeza, de desconsuelo, de lamento en el decir de Inés. Alguien al leerla ha mencionado la palabra melancolía. La vida es en esencia un camino hacia la desaparición. La poesía bebe de esa plena conciencia y de anotarlo, aunque jamás se excluye la alegría, ni la esperanza del hallazgo, ni la voluntad de ser, ni el gozo de la permanencia, pero sin olvido. Y ahí está nuestra poeta, asomada a la ficisidad de ese paisaje, a una hondura que no es posible vislumbrar, entender, que jamás comprenderemos. Asomada tozudamente. De ahí la gran potencia, estética y vital, que este libro acumula. Dicen que todo buen poema, y estos lo son, debe estar al borde de no entenderse, como la vida. Debe permitirnos atisbar caminos, sendas, atajos, pero nunca declarar su rumbo cierto, como la vida.      

Poemas cortos, anotaciones, golpes certeros, notas al pie de página del existir. El poemario aparece dividido en mitades. La segunda se ofrece agrupada bajo el título El esqueleto cóncavo, algunos de los poemas fueron dados a conocer en 2012, y atiende al cuerpo como lugar receptivo del dolor, del contratiempo, del deseo en huida, que la poeta convierte en aullido, en alegato contra la insensibilidad. Cuerpo como ruina en busca de nuestra implicación, como carne que fue, como solar que aguarda.  La primera parte, bajo el mismo título del poemario Disección, Anatémnein en griego,  recoge, a su decir, otra etapa de la poeta argentina de Alcañiz; y es de agradecer que el primer poema sea muestra de su decisión poética, de su mirada sobre las cosas.  Gira el cuchillo/ irrumpe/ en el deseo/ de traspasar la cicatriz/ de atravesar la luz/ de estallar la sucesión/ inútil/ la avidez inmensa de la noche.

Y luego la voz como aguda aguja, resuelta a sajar, a ser incisión en el centro mismo en donde la naturaleza, las cosas, los otros, nuestro cuerpo y el temor, esconden su secreto oscuro. Bien sabemos que nunca nos será revelado tal secreto, bien lo sabe Inés, pero ¿qué otra cosa puede hacer el poeta? Hablo del poeta verdadero. El que a veces debe contar sucesos, circunstancias, experiencias, pero siempre desde la consciencia de que ese camino solamente es aceptable si nos sirve para ahondar cirujanamente en la avidez inmensa de la noche, como Inés nos ha dicho. Esa avidez, esa noche, que sólo la luz puede perfilar. Y a ello dedica los 29 poemas siguientes. El símbolo de la piedra recorre el discurso. La piedra como residencia, como centro dado, como arca, como laceración, como sabiduría paciente, como el espacio en donde poder reconocernos -tal vez permanecer-, como interlocutor del aire, como raíz del vuelo. Piedras que saben de los desasosiegos, piedras que esconden ayer y futuro. Pero piedras expuestas a la herida, a la sospecha, al roce, al choque, a la posibilidad de la grieta.  Porque ¿que otra cosa es el hombre cuando toma posesión de sí mismo sino surco, temblor, tersura, sangre, lumbre sobre las piedras? Lo digo con sus palabras ¿De qué otra cosa puede escribir la verdadera poeta sino de lo interior, de la realidad?

Aquí, alertado por su lenguaje, es el tiempo de citar lo dicho por Ives Bonnefoy en la FIL de Guadalajara de año pasado y a las que sin remedio, he acudido mientras leía Anatémnein.  Dijo:En una conversación cotidiana, las palabras sirven para que nos entendamos, pero desaparecen. En cambio, en la poesía esas mismas palabras reaparecen en su verdadera realidad y son nombres propios que señalan o designan las cosas como son para mostrarnos la realidad”.

También es el momento de dedicar un aparte al prólogo de Ángel Guinda. Tan escueto, tan claro, tan directo, que su lectura condena a lo innecesario estas palabras previas mías. Habla del asombro, del tuétano sustentado, del escalofrío y el relámpago, pero yo prefiero subrayar  ese apunte que habla de la destrucción de la temporalidad. Anotación que me parece de una enorme finura. Porque su poesía no atiende a lo que sucede sino a lo que es, no al accidente sino a la esencia, porque su poesía es vientre universal hecho lenguaje. Y alguien creerá que las horas han pasado/ el día/ la noche/ la luz que fue un mañana tapiado en el hastío.

Por todo lo dicho, y para concluir, es conveniente subrayar que este libro viene a reforzar la extendida idea de que la poesía es una de las escasas justificaciones para la existencia del hombre sobre la tierra, de vida racional sobre los páramos. Fue una suerte para mí encontrarme con la persona de Inés Ramón en Cuenca, y un hallazgo a conservar. Como haber conocido y degustado sus libros. Solamente me queda agradecerle la gentileza de poder hacer públicas estas breves palabras sobre un libro esencial, tormenta y transitable a un tiempo, tan rotundo en su mirar como delicado en su escribir. Y queda felicitar a unos editores coherentes en su hacer amarillo, y a los que deseo éxitos como éste, los mayores éxitos. 




F.Caro

2 comentarios:

Mayusta dijo...

Excelentes libro y crónica...

Inés Ramón dijo...

Gracias, Miguel Ángel... Abrazo